Los Chilotes en la Patagonia, los gauchos chilenos
9.9.16Los Chilotes, los hombres de la Isla Grande, fueron los primeros que llegaron a ponerle el hombro al trabajo en la Patagonia. Esforzados, aventureros. Todos los demás llegaron después, cuando ya ellos habían derribado el monte a hachazos para construir fuertes y ciudades. Se hicieron baqueanos, buscadores de oro, peones, esquiladores, velloneros. Quedó su huella en la Patagonia entera, sin fronteras, trabajaron y murieron en las huelgas sangrientas y en los lomos de los caballos ariscos. Sufrieron la explotación y la ingratitud. Se mezclaron con el indio y fueron los primeros gauchos que cabalgaron la pampa magallánica. Enamorados de la tierra, no retornaron jamás a sus islas. Sufrieron la nostalgia por las novias, por las madres y la vida del mar, pero con hombría de sobra se conformaron con el calor de esos recuerdos guardados en el alma y se quedaron, para aportar los genes mas valiosos que componen la raza magallánica, los de la sencillez y el esfuerzo.
A pesar de todo su empeño, la tierra no fue para ellos y muy poco se los nombra y se les agradece por todo lo entregado...
LOS CHILOTES EN LA PATAGONIA
Ampuero G. cumplirá ochenta años. Me hace entrar en el fogón de su pequeña cabaña, a orillas del canal de Beagle, a unos diez kilómetros al este de Ushuaia, en plena soledad; trabaja como cuidador de la estancia. Y tomando mate, hablamos de la Patagonia.
Una familia de 12 hijos – 8 niños y cuatro nietos - cerca de Ancud, en la isla Grande de Chiloé: la tierra es demasiado pequeña, evidentemente. El padre trabaja ya por temporada en la sección hielo del Frigorífico en Punta Arenas, a mas de mil kilómetros al sur. Ampuero G. cumplirá ochenta años. Me hace entrar en el fogón de su pequeña cabaña, a orillas del canal de Beagle, a unos diez kilómetros al este de Ushuaia, en plena soledad; trabaja como cuidador de la estancia. Y tomando mate, hablamos de la Patagonia.
El hijo mayor se va a los veinte años, y Ampuero lo acompaña al cumplir los 18, en 1928: como cada primavera, 400 temporeros se apretujan en el barco de la linea que los lleva en tres días de Castro, en la Isla Grande, a Punta Arenas. En su primer viaje a la Patagonia, Ampuero no es más que un peón común y silvestre, según su pintoresco lenguaje. La estancia es argentina, el capataz… neozelandés. Servicio militar del lado chileno, en Punta Arenas, en 1929; luego es tomado como temporero en el Frigorífico de Puerto Natales a 200 kilómetros al norte; continua así en una estancia situada “hacia arriba”, es decir hacia el norte, “ por el recorrido no más, uno tiene aspiraciones para conocer”. Luego pasa a la Argentina, y de estancia en estancia, sube de jerarquía, se vuelve campanista – el que va por las mañanas a juntar los caballos para los peones -, vuelve al sur por la costa atlántica – “costeando por abajo”- para ir a trabajar en las explotaciones auríferas, hallar un puesto de enfardador; de “marcador” de ovejas o de castrador a diente. Este laborioso trayecto, lleno de disputas con patrones y capataces, de hastío por la tarea demasiado dura o demasiado monótona, de deseos irrefrenables de ir a conocer a otros lados, “ hacia arriba”, “hacia abajo” “del otro lado del alambre de púas” - es decir de la frontera -, dura veinticinco años antes de volver a Chiloé por primera vez desde 1928. Pero la vida es demasiado ingrata allí, con demasiadas epidemias de tizón, enfermedad que en los años demasiados húmedos arruina la única producción agrícola comercializable de la isla: la papa; el peso “moneda nacional” argentino se cotiza mejor que el peso chileno, y “la patria es el lugar donde uno puede ganarse la vida”. Así pues, Ampuero vuelve a la Patagonia argentina, de Ushuaia a Río Gallegos. Nuevo regreso a la isla natal en 1972, quería “poblar”, instalarse en el suelo familiar y echar raíces. Pero impulsado quizás por el deseo de vagabundear, o por no haber tierra suficiente para cultivar, o fuerzas para desbrozar, pasados los sesenta años invoca un diferendo conyugal y vuelve a irse a la Argentina. Y como “ a esta altura del partido no se puede hacer milagro”, helo aquí finalmente, después de haber tenido un puesto ambulante en Ushuaia durante siete años, convertido en cuidador de esta estancia fueguina. Un pequeño huerto de papas, las frutillas silvestres, la carne de alguna oveja accidentada y las ramas caídas para leñas le permiten vivir casi de manera autónoma, sueño de todo chilote auténtico, a la espera de poder cobrar la magra pensión que desde el centenario de Ushuaia, en 1984, se decidió acordar a los pobladores con más de cuarenta años de residencia en Tierra del Fuego. En 1948 también trabajó para la marina de guerra en Ushuaia.
CASI TODOS VIENEN DE CHILOÉ
La Patagonia está llena de hombres como Ampuero, emigrantes chilotes cuyas vidas están repletas de episodios, saltos, catástrofes evitadas o no, golpes de suerte y grandes y pequeñas miserias: ellos “hicieron” la Patagonia, o ayudaron a hacerla de manera tan decisiva, tan continua, que aquí se sienten en su casa; ésta es su tierra, son sus dominios, y los recorren según lo necesiten o deseen. En la actualidad los habitantes de Aisén, de Magallanes, de las ciudades y estancias argentinas pueden llamarse aiseninos, puntarenenses, santacruceños… pero casi todos vienen de Chiloé, desde hace una, dos tres generaciones o aún más, pues el primer contingentes de chilotes- 183 personas en 40 familias-, se embarcó en 1848 hacia Punta Arenas, casi duplicando en ese momento la población de la ciudad que recién se fundaba.¿Cuántos vinieron, o cuántos permanecen en la Patagonia? Aquí las estadísticas con sus imprecisiones, se tornan incomprensibles si no se recurre a la psicología social y a la geopolitica. Al principio las cifras sólo hablan de “chilenos”, los argentinos dicen “sólo chilenos” para designar a los inmigrantes del vecino país, y los mismos chilotes se presentan primero como chilenos; sin embargo, basta preguntar por el origen de los interlocutores para que surjan todos los lugares de la toponimia chilote, los Rilan, Taraí, Lemus, Ritoque, Quicavi, Mechuque, etc.
Pero a estos chilotes arraigados aquí muchas veces los argentinos quieren recordar a pesar de todo y ante todo, su condición de chilenos. Y si bien cada uno de los dos “países hermanos” invoca a su vez a los chilenos más que a los chilotes, es porque Chile está orgulloso de que sus nativos ratifiquen con esta invasión pacifica el hecho de que la Patagonia es una, y que por ende…¡ Pero no reabramos el debate! Y lo mismo ocurre del lado opuesto, porque la Argentina teme y denuncia, usando el mismo término simplificador, el supuesto peligro de una chilenización, incluso involuntaria. “¡ CHILOTE TENIA QUE SER!” entre la gente de las estancias la fórmula pretende dar la clave inmediata de un comportamiento incomprensible o condenable. Sin embargo, todo el mundo reconoce que los chilotes tienen cualidades de trabajadores dóciles y competentes, “buena gente, simple y resistente” y que “como buenos rotos chilenos, aun estando con las tripas afuera, siempre dicen que están bien…"
EL CHILOTE ¿"viajero” a su pesar?
¿300.000, 400.000 ó 500.000? Las cifras siempre fluctúan según los autores y la coyuntura política. De todas maneras, ¿porqué son tantos los chilotes en la Patagonia? Aquí habría que evocar esa especie de Irlanda de las antípodas que fue Chiloé: una población prolífica, confinada a las orillas menos hostiles de una Isla Grande casi totalmente ocupada por latifundios improductivos, población que cultiva parcelas de papas siempre insuficientes, y que multiplica los trabajos para sobrevivir en las tierras vecinas de los colonos alemanes de Llanquihue, justo al norte, desde el siglo XIX; en los cipresales, los bosques de cipreses del archipiélago de los Chonos, para extraer las estacas de los viñedos del centro de Chile; o también en los canales de la Patagonia occidental para recolectar caracoles para las fábricas de conservas regionales ampliando aún más el espacio de sus salidas temporales. De esta manera, el chilote es viajero, como el mismo dice, por necesidad tanto o más que por gusto, y cuando el ganado conquistó la estepa patagónica se transformó “providencialmente” – dijeron entonces los que ven la armonía “natural” de las relaciones entre el explotado y el explotador- en la mano de obra temporal que necesitaban los estancieros... Así se fue armando toda una compleja organización de enganchadores o contratistas que empleaban a los comparsas, esos equipos que cada primavera dejaban Chiloé para la esquila, y algunos de cuyos miembros prolongaban, a veces indefinidamente, su estadía lejos de Chiloé, enviando dinero a la familia que había quedado en la isla, al principio regularmente; luego, estos giros se espaciaban, el viajero se casaba otra vez en la Argentina y no volvía nunca. Simbiosis perfecta, de algún modo, ya que en general estos trabajadores nunca ganaban lo suficiente como para dejar de hacer sus “temporadas” y si olvidamos que la isla, privada de sus mano de obra masculina, apenas si podía proteger sus campos y pastos del siempre amenazante renoval, y así engendraba la emigración que la iba debilitando.Pero los chilotes hicieron funcionar la explotación ovina de la Patagonia, desde el humilde lugar que les tocó. También se dispersaron en las ciudades, fueron portuarios, albañiles, trabajadores en las minas argentinas de carbón de Río Turbio; también fueron constructores de barcos, loberos (cazadores de lobos marinos) y pescadores, hicieron todo lo que se podía hacer en este territorio vacío, con sus manos como único recurso.
EL FIN DE UNA ÉPOCA
Esta época ha terminado y todo parece conspirar en este sentido. La lana se vende mal, hay que deslastrar las pasturas demasiado dañadas por la erosión y como en todo el mundo, “hay que achicar gastos”; en lugar de peones a caballo aparecen pequeñas motos todo-terreno que transportan a un hombre y dos perros, uno puntero que hace ir más lento al rebaño cuando es preciso, el otro culatero, que lo hace ir mas rápido. Además, en plena crisis económica, la Argentina “produce” también en abundancia su propia mano de obra temporera, cada vez reparando menos en las condiciones de trabajo que se le ofrece, y así es como los mestizos de indios de las provincias del Norte compiten en las estancias patagónicas con los esquiladores chilotes. La grave tensión por el Beagle generada en 1978 detuvo de manera tajante durante algunos años la migración proveniente de Chile. Durante los ochenta, Chiloé se transformó rápidamente en un importante lugar de la salmonicultura mundial y ofreció así , a su ejercito de trabajadores en reserva, el empleo que ahora difícilmente se halla en la Argentina. Por otra parte, durante cierto tiempo, el peso chileno se cotizó mucho mejor que el inestable austral argentino.¿Entonces los chilotes en la Patagonia son sólo una visión del pasado? A pesar de las apariencias, la coyuntura económica actual es demasiado inestable para poder hacer esta afirmación. Quizás nos demos cuenta un día que exportar vía aérea el salmón fresco para adornar la mesa de los países del norte, explotando la mano de obra chilote, no es una realidad un ejemplo de “desarrollo sostenible”. De todas maneras, los vínculos entre Chiloé y la Patagonia no se han roto. En todo el vasto espacio que va desde el río Negro a Tierra del Fuego, la diáspora chilote sigue pensando en la tierra abandonada, sigue soñando a veces con el hipotético regreso a lo propio, esas hectáreas de tierra raramente vendidas, confiadas a la familia o a un vecino. Resta esta “cultura” patagónica que se forjó desde hace un siglo y que mezcla, hasta Tierra del Fuego, los aportes tan contrastados del chilote y del gaucho, el curanto” y el mate, el arte del marino y del jinete, la tradición del desbrozador de su propio campo y la del criador que galopa por la estepa. Quedan por fin esos ancianos que guardan en sus memoria una parte irremplazable de la historia de la Patagonia, y que habría que escuchar antes de que sea demasiado tarde, con el mismo respeto que se tiene por los viejos libros.
Extraido de: http://www.noticiaspatagonicas.com.ar/
Fuente: Los Gauchos Chilenos: http://losgauchoschilenos.blogspot.com/2008/08/artculos-los-chilotes-en-la-patagonia.html
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